Sin Flautista de Hamelin

En la calle, corrían minuciosamente, en trajes negros, vestidos cortos, pantalones largos, y especialmente zapatos, todas con zapatos, enteros, con huequitos, de tacos altos, un enjambre atolondrado de ratas, de todos los tamaños; todas mirando de reojo y suspicazmente a la nada (todos estos tipos raros como que están demasiados postmodernos, pero a quién le importa!) (sí, es verdad, solo un signo, ¡qué anglicista!) (no te olvides de los palos encima de las bolas, cuando no van solas) (digamos entonces: un signo solo). Procurando no escuchar el griterío, recurrente de todos los asientos, llegué a la oficina. La rata de la puerta se quitó el sombrero y dijo “buenos días, señor.” A mis espaldas oí una voz rasposa, más bien aguardientosa, que respondió “hola”. Viré en una, extendiéndole la mano y diciendo “bueeenosdííías”. Mi jefe estrujó mi mano con la suya, medio enclenque y peluda, mientras sus ojitos redondos me escrutaban como a su reporte del wall street cholo (como siempre, un descosido para un descosedor, qué patético!!). Al fin llegué a mi orificio, mi pequeño cubículo, donde era rey, amo y señor de todos los papeles que entraban y salían de la empresa. Mirando al piso cada vez que alguien entraba (ya no quería ver el pequeño hociquito que no dejaba de moverse como si masticara algo siempre y los ojitos, redondos y espinosos de cada ser que entraba) (ésta vez sí fue útil, al menos); me preguntaba cada vez que veía las piernas, peladas y huesudas bajo faldas, dónde era que metían la cola, larga, algo negra y nerviosa. (y ahora vas a gritar ¡galicista!, bah!, acá te paso un alto parlante). Y sacando fotocopias me la pasé hasta las 9 de la noche. Pero tuve que quedarme una hora más, el jefe dijo que quizá podría ser útil. (y yo: con la cola te agarraría del pescuezo y arrastraría por las calles) (pero hay que guardar la compostura) (y la pregunta es, ¿en qué bolsillo la metemos?, pero a guardarla pues, qué queda).
De regreso en casa, me quité la ropa agrisada y salté, aunque cansado, con nuevos bríos a mi cama (lo sé, no todos tenemos ese hábito moderno, el baño a la mañana, junto con el resto de ñ’s; a esta hora los ch k van mejor), mi mujer, sintiendo mi calor detrás de ella, movió la cola. Yo me acerqué a su cuerpo y con mis larguísimos bigotes le hice cosquillas en el felpudo cuello.
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