Cuando la cultura vale un fósforo quemado
Sólo unos días antes del deleznable fósforo estuvimos en el centro cultural compartiendo algo de nuestro imperfecto arte: unos poemas y unas performances. Entonces todos pensábamos en versos, temas, formas, sonidos, diálogos. Nadie en avaricia, cenizas, susto.
Esta tarde Hermoza, en su programa Presencia Cultural, entrevistó a Leyla Valencia, administradora del centro cultural El Averno. En dicha entrevista Leyla contó qué se perdió a causa del incendio perpetuado a mediados de esta semana en plena luz del día: una veintena de cuadros, los simpáticos e inquietantes murales que están cerca del escenario y material de trabajo artístico para los niños. También habló del curso de la querella con los "dueños", que quieren echarlos a la calle; muy pobablemente para construir un edificio o un antro de stands de esos que pululan en el centro de Lima o quizá para venderlo a "Mi Vivienda" para que construya alguna ratonera. Es altamente probable incluso que ya tengan una oferta por parte del interesado en comprar la propiedad; seguro como terrreno puesto que no dudaron en prenderle fuego al local con tal de sacar al grupo de culturosos esos que desperdician tiempo, palabras, papel y pintura (además de su dinero, ya que por negarse a salir de una vez les impiden cobrar el verdoso dinero ofrecido.
Por supuesto, la propiedad privada se debe respetar y cada uno tiene derecho a disponer de ella. Pero dos cuestiones: ¿acaso los derechos de uno no terminan donde empiezan los de los demás? Hace rato transgredieron derechos ajenos quienes jugaron con fósforos ese medio día. ¿Y acaso el bien común no está por encima del bien individual? en cualquier sociedad? capitalista, socialista, democrática, tribal?.... Entonces desde que esa casona casi en ruinas se convirtió en foco de cultura (contestataria o no, vanguardista o tradicional, o de todo un poco), un punto donde se escuchan escritores, cantantes, se miran cuadros, murales, esculturas, se hacen talleres, etc, etc, un lugar de visita obligatoria para cualquier foráneo involucrado con el arte o la cultura. Se convirtió en un lugar semejante al Mali o el José María Arguedas (CAFAE-SE) o el José Antonio Encinas (Derrama Magisterial) o la Casa España, y la lista podría continuar. Las infraestructuras difieren, los directores y las formas también y por supuesto los dueños también; pero el fin es el mismo: ser un foco de difusión cultural para el hambriento pueblo peruano y un propiciador de diálogos entre agentes y consumidores culturales.
Si el MALI tuviera ese tipo de problemas, muchos estarían reclamando en diarios y televisión, así como en lo correspondientes corredores buocráticos que interviniera, por lo menos, el INC y el gobierno local. No esperamos menos en este caso.
Hay ciertos lugares que deberían ser declarados intangibles y ciertas instituciones que deberían desembolsar un poquito del dinero ambicionado para acallar los obsecados hambres individuales en pro del bien común. ¿No les parece?
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