Hotel Lima en Barranco

Varios amantes de la pluma (o del teclado) fueron a Dédalo a ver un desfile de fantasmas literarios que pululaban alrededor de Víctor Humareda, el jueves pasado. Todos, vivos y muertos, convocados por la voz de Miguel Ildefonso, quien presentó su segunda entrega narrativa, la novela Hotel Lima (Editora Mesa Redonda, 2006). Este hotel había estado anhelando abrir sus puertas desde mediados de 1990, contó Ildenfoso, al expresar su satisfacción de por fin dar a luz una obra que le tomó casi 16 años terminar. Y debido a esa satisfacción, aunque quizá a raíz de esos 16 años, Miguel casi nos hace presenciar imaginariamente la historia del origen de su novela, de sus poemas, de su vida y de todo cuanto se hubiera deslizado por su cabeza, durante igual número de horas; hecho que más que alarma, generó una risueña sorpresa en sus amigos y en quienes lo conocen lo suficiente para saber que, en público, la brevedad y la timidez son marca registrada en él.

La presentación tuvo como comentadores al narrador José Güich y al crítico Javier Ágreda y como presentador a Juan Miguel Marthans, el editor. El primero habló de su relación con los libros de poesía y cuento de Ildefonso y el segundo de la temática y rasgos existentes en su obra desde Vestigios, su primer libro de poesía. Al hacer esto, Ágreda se abocó a la temática de los marginados y en especial a la tendencia de Miguel a dialogar con personajes de sus libros favoritos en lugares y situaciones que parecieran reales pero que sólo existen en su imaginación. Recurso patente en Las Ciudades Fantasmas, poemario con que ganó el Copé de Oro, y presente en su libro de cuentos El Pasó y, en particular, en Hotel Lima.




Al final, en corros variables, las copas ritualmente fueron alzadas por comentadores, invitados y amigos, entre los que se podían distinguir jóvenes escritores, menos jóvenes y reconocidos, como Juan José Soto, Ana María Falconí, Gonzalo Málaga, los Claroscuros (MaryCarmen y yo), José Pancorvo, Roxana Crisólogo, Fernando Ampuero, Guillermo Niño de Guzmán, Alonso Cueto, Antonio Gálvez Ronceros, el pintor Enrique Polanco (cuyo cuadro Eros y Tánatos ilustra la portada del libro), etc. Entre las sombras, alzando también añejas copas, algunos ojos podían avizorar a Beatrice cuchicheando con Dante, más allá a Rilke, Li Po, y por ahí a Beaudelaire, Rimbaud, a Joyce morándolos pensativo, a Humareda pensando “no puedo pintar esto,” etc.


Eberth Munárriz

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