Costumbres Blanquirojas en el Ojo



“… la inicua postración que consiste en aguardar que les salpiquen unas gotas de la riqueza ajena.”
Jorge Bruce






Y me senté a esperar que me mojaran algunas gotas de oro, en la cima de mi montaña de camisea, bajo la sombra protectora de mi árbol de papel y hollín.

Y las nubes se veían lejanas; marchaban por el cielo blanco, pasajeras, sin colores definidos por mis ojos que contaban los granitos de arena que caían de mis manos ocupadas en hacer bolitas diminutas de pequeñas hojas verdes que guardaba en mi bolsillo.

De noche en noche, cuando las bolitas diminutas se descolorían y debía recoger la arena y hacerme manos otra vez, echaba un vistazo a lo lejos, siempre bajo la sombra protectora de mi árbol, y sentía las nubes mucho más voluminosas recorriendo el cielo blanco, la tierra negra, pero mis ojos no las divisaban, sólo oían sus estruendos, cada vez más ciertos; esperaba en cualquier momento sentir ya las gotas de oro en mi mejilla y en mi pelo y debajo de mi axila, pero aquí sentía sólo las patitas de un chinche de los tantos que poblaban la sombra inquieta de mi árbol, junto con escarabajos y termitas que se daban la gran juerga con mis pertinaces bolitas oxidadas.

Y el estruendo era ciertamente grande y sudoroso y yo alargaba mi hinchado cuello adiposo y extendía mi nariz aserrinada, pero no reconocía en los bultos en el cielo ni una línea de mi exorbitante rostro, que de hecho conocía al detalle como las bolitas en mis manos, pues noche y día observaba su reflejo algo flojo en mi viejo charco de orines negros a la sombra de mi árbol.

Consternado revolvía las bolitas y termitas, estirando el cuello y olfateando, dejando de hacer bolitas un momento, sintiendo el gran estruendo casi cerca de mi sombra hasta que oí caer la lluvia y esperé temblando el aroma fresco de las gotas de oro en mis mejillas, sacudí mi pelo espeso y puse mis bolsillos a un costado un momento. Todo yo era una larga espera temblorosa de gotitas de oro.

Y Por Fin! las gotas me mojaron, las sentí en el ojo cerrado, en la axila y en la panza que saltaba de alegría. Pero esperen un momento! ¿Qué es esto! No habían gotas de oro en mi cuerpo, ni de cobre ni de plata. Habían gotas pero negras, todas gotas hollinadas que tiznaban cada ojo, cada hoja, el cielo blanco, mi reflejo.

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