Parábola (cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia...?)


Siete insectos de papel tomaron sobre sus hombros la agobiante carga de llevar un gordo libro sobre una bandeja de planta, al país de Alicia, aquel de las arenas doradas pero movedizas.

Como volar con su carga no podían, debían caminar todos juntos hacia esa tierra, por nadie prometida; empresa nada fácil pues ni bien echaron a andar las patas, notaron que unos jalaban para un lado y otros tiraban para otro. El insecto largo y verde, por ir detrás de todos, vio lo que sucedía y decidió dar indicaciones de cuándo pisar y dónde poner la pata. Sin embargo, tan pronto conseguía hacerlos ir en la misma dirección y avanzar unas cuantas pulgadas, que otra vez empezaba el disperso tira y jala.

Mientras tanto, en la tierra de arenas movedizas, todos esperaban que algo o alguien afirmara la tierra y llevara flora y agua.

Y el tiempo arrastraba sus roídos zapatos, cansado de encontrarse con las mismas caras.

El insecto rojo marchaba adelante y gritaba a quien sea que se rezagara. El insecto naranja creyó ver en las nubes un arco que brillaba y se fue a treparlo y a pintarse en sus pátinas. El largo y verde llamaba al orden y conseguía que avancen otras cuantas pulgadas. El insecto azul, quieto y parsimonioso, decía “anden” y luego se quedaba mirando una mosca que pasaba. Y el insecto verde recordaba el orden y obtenía otro avance de otras tantas pulgadas. Pero esta vez, el insecto amarillo, chiquito y belicoso, se quejaba que todos le inclinaban la carga y sofocado se iba a una fuente donde se quedó mirándose la cara. El verde indicaba, proponía y exhortaba, y nuevamente todos seguían otras tantas pulgadas; cada vez más cansados por el incremento del peso de la carga. El rojo furioso rugió por los cortes en patas y espalda. El insecto celeste, invisible como siempre, miraba el avance, echado en algún monte, rascándose la panza. La carga torcía las piernas de aquellos que cargaban. Pero un ruido atrajo al insecto violeta y se quedó escondido violando a una cabra.

En vano el verde insecto llamaba y llamaba; esta vez hasta el rojo hastiado gritó “¡Que se vayan al diablo!” y se echó sobre el libro a sobarse los cayos. Y el verde llamaba y llamaba pero en vano, el orden nunca los había seguido o se había extraviado.

Comments

viajera said…
Cierto, muy adecuado el cuento. Ojalá otros bloggers lo lean. Me ha gustado mucho descubrir tu blog. Lo marcaré para regresar seguido. Saludos!
Vero

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